Sólo 24 horas después de celebrar el día internacional del Migrante y escuchar los cientos de comunicados oficiales en los que se ha realizado una apuesta por “reafirmar el compromiso de establecer sociedades diversas y abiertas que brinden oportunidades y aseguren una vida digna a todos los migrantes” (Mensaje del Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, en el Día Internacional del Migrante) amanecimos con la cruda realidad de que a las 30 personas que ocupaban una embarcación se les negó, no sólo esa oportunidad de una vida digna, sino también a nueve de ellos la mera oportunidad de seguir viviendo.

Estas nueve personas fallecidas, que no podrán formar parte de ese sueño de diversidad y oportunidades, se suman a las 3.224 muertes que la OIM ha contado en la frontera del Mediterráneo hasta el día 12 de diciembre. Muertes que junto a las 28 personas desaparecidas en Almería en las últimas semanas hacen de nuestras costas las más mortíferas del mundo.

Días después es fácil buscar culpables inmediatos, hablar de la crueldad de un Estrecho que se ha cobrado la vida de más de 20.000 personas a lo largo de los últimos 20 años, hablar de olas y de corrientes y de lo inevitable e impredecible del mar.

Pero quizá sea más complicado hablar de los verdaderos culpables de esta realidad. Quizá hoy, 23 de Diciembre, un día después de las supuestas alegrías y esperanzas que nos da el sorteo de la lotería de Navidad, debamos de hablar de un sorteo mucho más cruel en el que en función de tu lugar de nacimiento, se multiplican tus posibilidades de emprender un proceso migratorio que pondrá en peligro tu vida.

Quizá en este día también debamos ampliar un poco la visión de la tragedia. No podemos sólo centrarnos en lo puntual, en el dolor de las familias que han perdido a sus seres queridos. No sólo tenemos que acompañar a los padres, madres, hermanos y hermanas, amigos y amigas de estas personas en su sufrimiento, haciendo de su grito el nuestro. Debemos ir más allá evitar que dentro de unas horas, días o semanas estemos aquí leyendo otro manifiesto lleno de dolor, lágrimas y rabia.

También hoy debemos reivindicar y recordar que no sería necesario hablar de migrantes y del derecho a migrar si no condenásemos a miles de personas a hacerlo. Quizá hoy, en tiempo navideño, debamos pensar en abismo existente entre el Norte y el Sur, un abismo que hace que mientras en un lado de la frontera nos ofusquemos de forma compulsiva en comprar regalos, 14 kilómetros más allá la realidad está centrada en una supervivencia muchas veces incierta.

Esta época navideña también debe servirnos para pensar en las grandes sumas de dinero que invertimos en “defendernos” de un enemigo inofensivo que proviene de países empobrecidos o en conflicto. Por ello, en estos días debemos recordar que la experiencia de los últimos 20 años nos demuestra que estas políticas no sólo son ineficaces, sino que además sirven únicamente para aumentar la vulnerabilidad y el dolor de las personas que migran, de sus familias y seres más cercanos.

Pero la responsabilidad es mucho más amplia. Debemos hablar de países de un norte rico que mientras con una mano firman acuerdos con países cuyo respeto por los Derechos Humanos es cuando menos discutible, con la otra enarbolan la bandera de los Derechos Humanos. Hablar de países de origen, más preocupados por sus relaciones internacionales que por el bienestar de sus ciudadanos. Hablar del trato de los países por los cuales transitan estas personas que son consideradas como una mera mercancía con la que negociar con el Norte.

Debemos poner en conocimiento de la sociedad que formamos parte de una Europa que mientras llora la tragedia de la muerte de estas personas, y apuesta por una inmigración “regulada y ordenada” y responsable con los Derechos Humanos, que prioriza tratados y responsabilidades marítimas olvidando que bajo ellas están personas que merecen ser salvadas que cierra la puerta principal de entrada, y abre una puerta trasera oscura que supone saltos y travesías marítimas imposibles, aquí o en Lampedusa, Chipre o Malta.

Responsabilidad de una Europa y de una España que hermana ciudades que al pronunciarlas, nos hablan de sueños truncados, que hermana a ciudadanos con las lágrimas secas de después de años llorando tragedias, que hermana el trágico sonido de pronunciar Tarifa, Algeciras, Estrecho de Gibraltar o hace que podamos oler el salitre que precede a una tragedia.

Por todo esto amigas y amigos estamos hoy aquí, porque igual que en los últimos 20 años queremos seguir recordando, llorando y mostrando nuestra rabia e indignación por un hecho que aunque habitual no queremos ni dejaremos que sea cotidiano.

Porque los aquí presentes, seguiremos exigiendo hoy, mañana y siempre a la Europa de la que formamos parte, a nuestro país, España, y a los países de origen y tránsito, que su responsabilidad debe ser proteger a las personas, garantizar su vida y su desarrollo humano y no crear, como está sucediendo, trampas mortales que nieguen esa vida digna a la que hacía referencia el Secretario General de Naciones Unidas la pasada semana.

Porque los aquí presentes, queremos hacer saber a los responsables de esta barbarie que seguiremos recordando a las víctimas hoy, mañana y siempre. Porque, “a menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en un mismo ataúd” (Alphonse de Lamartine), y nuestro corazón ya ha sido enterrado miles de veces en sepulcros anónimos.

Porque los aquí presentes seguiremos gritando

¡BASTA YA DE ESTA BARBARIE!

¡POR UN ESTRECHO DE VIDA Y ESPERANZA!

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