A la hora de leer la prensa, o escuchar algún informativo, resulta interesante ver cómo una noticia, en la mayoría de los casos, tiene dos lecturas bien diferentes, una inmediata, directa, que nos impacta, indigna o nos causa estupor a los receptores de la información y otra subyacente que a menudo se escapa a las habituales lecturas rápidas de la prensa.
Así, mientras que en los últimos días nos despertamos con los titulares que indican que en el último fin de semana han llegado hasta las Islas Canarias más de 1.400 personas inmigrantes, provocando el colapso del sistema de acogida de las islas, también, en estas últimas fechas, hemos oído y leído que las personas que han llegado a nuestro litoral en este año ascienden a más de 16.000 personas, mientras que las cifras de muertos en ese peligroso viaje, sólo en los siete primeros meses, ascienden según cifras no oficiales a más de 3.000 personas.
La noticia, que ha causado tanta alarma social que el presidente del Gobierno canario ha realizado un llamamiento a Las Naciones Unidas «y a toda la comunidad internacional» para que eviten los cientos de muertes que se está cobrando este año el fenómeno de la inmigración irregular en cayucos que recorren distancias de entre 800 y 1.200 kilómetros desde las costas de Senegal y Gambia, tiene una lectura más profunda que debería preocuparnos más, si cabe, que no es otra que las causas de estos movimientos migratorios.
Por ello, si analizamos las causas de esta noticia, nos damos cuenta de que en los últimos 5 años, y según Naciones Unidas, la brecha entre los países de los que parten estas personas y el nuestro se ha agrandado sustancialmente. Así, mientras que el PIB español ha crecido de 16.212 dólares en el año 2000 hasta los 22.391, en Nigeria de 795 a 1.050, en Mauritania de 1.563 a 1.766, en Mali ha pasado de 681 a 994. O lo que es lo mismo, el PIB correspondiente a una persona con nacionalidad española es igual al de 22 personas de Mali.
Pero los indicadores internacionales nos muestran informaciones más clarificadoras, como es la diferencia entre la esperanza de vida entre estos países. Así mientras que en España es de 79 años y medio, ésta baja considerablemente en los países de procedencia de estas personas, siendo de 43 años en Nigeria, casi 46 en Camerún y casi 48 en Mali, suponiendo en todos ellos una disminución de la esperanza de vida desde el año 2000.
Asimismo, respecto al futuro de los más pequeños, mientras que la tasa de escolarización en España es casi plena (97.7%), en estos países el futuro para la infancia representa un panorama con pocas o nulas esperanzas, si tenemos en cuenta que sólo el 39,3% de las personas adultas de Senegal, el 43,4% de las de Nigeria o el 45,8% de las de Camerún están alfabetizadas.
Por ello, cuando en los próximos días leamos en la prensa o veamos en los informativos de televisión cómo van llegando a las costas nuevas personas provenientes de estos países, podemos y debemos dar la vuelta al titular y en lugar de titularlo la «invasión en las Canarias» y hablar únicamente de las personas que han arribado a nuestras costas, podremos pensar y quién sabe si cambiar el titular – al menos en nuestras mentes- por otro más ajustado a la realidad como: «La desigualdad entre los países del Norte y los empobrecidos acelera los procesos migratorios» o simplemente «La brecha con Africa se agudiza» y no quedarnos simplemente en la imagen lastimera de las personas deshidratadas llegando a puerto, sino exigir la ampliación de la noticia y que se introduzca el análisis de las causas y motivos reales de este éxodo, así como la apertura del debate sobre la idoneidad (o no) de las soluciones basadas en el control de fronteras que se están ofreciendo como principal solución.
Quizá para concluir esta reflexión es necesario parafrasear a la vertiente más política de B. Franklin diciendo que el mejor medio para frenar los flujos migratorios no es dar limosna, sino hacer que estas personas puedan vivir en su lugar de origen sin recibirla.
Mikel Araguás
Director de la Asociación Pro Inmigrantes de Córdoba
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