El pasado jueves tuvo lugar una concentración frente al CIE de Tarifa, en la Isla de las Palomas de la localidad gaditana, reclamando el cierre inmediato de este centro, así como el uso público y medioambiental de la isla. La concentración fue convocada por Algeciras Acoge y APDHA Campo de Gibraltar, y durante la misma tuvo lugar la lectura de un manifiesto por parte de Juan José Téllez, que podéis leer a continuación.

MANIFIESTO Concentración ante el CIE de la Isla de Tarifa

“Por el cierre de los CIE ¡YA!”


El mapa del espanto, en los últimos meses, ha desplazado el Estrecho de Gibraltar y su viejo cementerio marino, hacia las costas de Siracusa y de Sicilia, o hacia las fronteras de Grecia, Macedonia y Serbia. El mayor número de personas desplazadas desde la Segunda Guerra Mundial vuelven a tocar a las puertas de Europa y la única respuesta que reciben es la del miedo. No se trata del miedo a un sistema que provoca el exilio económico de millones de seres humanos en Asia, en Africa o en América. Ni siquiera se trata del miedo a un sistema político y militar que provoca guerras calculadas, en las que sin embargo nadie calcula el impacto sobre la población civil, esa eterna víctima colateral, esa carne de cañón que cae despedazada entre el programa del corazón y los telediarios, la que se queda sin casa poco antes de llegar a las páginas del crucigrama o de la agenda cultural, la que empieza a peregrinar entre bombardeos químicos, ejecuciones rituales o discursos sobre geo-estrategia y alianzas internacionales.

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Europa no le tiene miedo al poder, sino a esa gente, a esos niños inermes entre los antidisturbios, al alarido de las mujeres que acaban de quedarse sin familia, a los ojos de los viejos que hace mucho que se quedaron sin el brillo tenue de la esperanza. Le tienen miedo a los inmigrantes, a los exiliados, a los que buscan refugio o asilo, quizá por la sencilla razón de que no tienen nada que perder. O quizá porque aquí, a este lado del mundo, hemos perdido los papeles, hemos perdido el norte, hemos perdido la razón de ser de la Unión Europea; aquel viejo proyecto de la Europa de los pueblos, aquella búsqueda de un estado del bienestar que no sólo repartiera pan sino rosas, que incluyera la libertad, la igualdad y la fraternidad como únicas banderas. Ahora, el miedo y sus votos están llenando de racistas y xenófobos los parlamentos comunitarios. Ahora, ese sentimiento de odio o de recelo, vocifera incluso contra la propia Angela Merkel ante un centro para extranjeros en Alemania. Ahora, los democráticos estados europeos, incluyendo el español, ponen todo tipo de pretextos para no aceptar una mínima cuota de asilados, a pesar de ser cómplices en las circunstancias que vienen incendiando históricamente Oriente Próximo y más recientemente el norte de Africa, desde Libia a Siria, o mucho más allá, Irak o Egipto, por no hablar de la eterna asignatura pendiente de Palestina. Quienes derrocaron en su día al tirano Sadam Hussein mediante una guerra estúpida y cruel en la que España participó plenamente, se preguntan ahora de donde han salido las capuchas del Estado Islámico y su escalofriante legión de adeptos.

En Andalucía, en el Campo de Gibraltar, llevamos asistiendo desde finales de los años 80 a una masiva tocata y fuga de la barbarie, a una legítima huida del hambre, al desesperado plan de escape de miles de personas que intentaban alejarse de la muerte en los Grandes Lagos, del fanatismo en Nigeria o en Mali, de la corrupción o de la falta de horizontes en Senegal o en Marruecos. Por no hablar de las rutas que venían desde Asia, arrastrando en su peregrinaje a millones de sueños convertidos en pesadillas, a manos de las mafias, de los gendarmes o de la cerrazón de la burocracia y de los estados, que a veces es peor que los gendarmes y que las mafias.

11953167_1595412837390811_6110629172006692865_nA lo largo de treinta años, la única respuesta que hemos sabido formular desde nuestro país, frente a un suceso que venía llenando de cadáveres la fosa común de este mar, fue el de la represión. Desde la palabrería del efecto llamada a leyes de extranjería cada vez más restrictivas, que a escala comunitaria siguen provocando que en la Unión Europea haya, hoy por hoy, alrededor de doce millones de personas sin papeles. Esto es, sin derechos. Esto es, sin deberes. Esto es, sin derecho a ser ciudadanos, sin derecho a ser personas.

Ahora, cuando el discurso del pánico vuelve a llenar las campañas electorales, y se les niega incluso el derecho a la salud o se pretende controlar policialmente a quienes usen nuestros hospitales y ambulatorios, es la hora de preguntar y de preguntarnos, qué hemos logrado con los sofisticados sistemas de vigilancia que pueblan nuestras costas, lo que contrasta con la cada vez menor cuantía de los presupuestos de cooperación internacional

Hoy, España es un país más diverso que hace tres décadas. Y, aparentemente, la convivencia entre los españoles llegados de no importa donde o nacidos en esta tierra, no ha provocado grandes altercados, pero resulta patético que nos hayamos acostumbrado a los naufragios del sur, que hayamos legalizado toscamente las devoluciones en caliente, que nuestros agentes disparen a los desposeídos en lugar de a los saqueadores de guante blanco o que, como ocurriera en otras épocas, haya manteros muertos al caer de un balcón o encarcelados como si supuestamente hubieran cometido el mismo fraude de Rodrigo Rato.

Tampoco hemos ofrecido una alternativa adecuada a los CIEs, a los centros de internamiento de extranjeros, que supuestamente no son cárceles pero que son peores que las cárceles. Un limbo jurídico con sabor a infierno. Un lugar en ninguna parte, donde se hacinan y desesperan los supervivientes de la derrota, en circunstancias que vienen denunciando regularmente las organizaciones no gubernamentales y que todos los gobiernos, hasta ahora, han venido desoyendo con impunidad alarmante.

Durante décadas, nos levantamos en pie de paz contra el centro de Capuchinos en Málaga, donde la muerte empezaba a ser una rutina. Al menos, aquel cerró sus puertas. Pero, ¿qué decir de la obsoleta prisión de La Piñera en Algeciras, donde el tercer mundo sigue vigente para quienes huyen de él? O del viejo cuartel de la Isla de las Palomas, cuyo cierre como centro de internamiento de extranjeros venimos exigiendo desde que ni siquiera se permitía el acceso al interior a nadie que no fueran los propios funcionarios o las autoridades de la época.

11888659_1595413057390789_7522421102573194611_oEs oscura esta historia de mazmorras que supuestamente no lo son, de campos de concentración entre cuatro paredes, de confines donde se hacina a quienes vienen a buscarse la vida, como si tuvieran que pasar una cuarentena para poder adaptarse a una democracia que aquí pierde definitivamente su honesto nombre. Si lográramos el cierre de la Isla de las Palomas, de La Piñera o de los otros CIEs, tal vez estaríamos lanzando un mensaje de luz hacia la otra esquina del Mediterráneo, hacia Siracusa y Sicilia, hacia las fronteras de Macedonia y de Serbia, hacia la exposición universal de Milán ante cuyas puertas de levantan los inmigrantes condenados al chabolismo. Quizá cabría pensar en que Europa recobrase el norte, la razón y los papeles si empezáramos por cerrar, después de treinta años de lucha, estos lugares donde el primer prisionero es el sentido común y esa imagen que vale por mil palabras, la de que nadie deba ser tratado como un indeseable por el simple hecho de desear más o menos lo mismo que nosotros tenemos. Y que, por cierto, también estamos perdiendo en la vieja Europa, bajo los CIEs de la austeridad impuesta, bajo los antidisturbios de las leyes mordaza, bajo la hipoteca de la utopía cuya cláusula suelo nos convierte en esclavos de quienes pretendieron vendernos el cielo raso de la clase media y todavía nos reprochan que sigamos soñando por encima de nuestras posibilidades.

Juan José Téllez
Tarifa, Isla de las Palomas, 27 de agosto de 2015

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