El intento de saltar las vallas de Melilla y Ceuta por parte de cientos de inmigrantes parece habernos cogido a todos por sorpresa. No es el primer episodio de este tipo en la frontera, pero se trataba de hechos más aislados y los protoganistas eran muchos menos. Se hace necesario buscar luz sobre el asunto en algún lado. La prensa se ha apresurado a enviar medios para cubrir la noticia pero aún sin análisis que nos permitan extraer conclusiones. Los sindicatos y asociaciones están más silenciosas de lo que nos gustaría, excepción hecha de los llamamientos a un respeto a los derechos fundamentales por parte de algunas ONGs. Por otro lado gobierno y oposición han tardado días en inaugurar un capítulo más de su particular trifulca. Aparentemente todos están esperando el último acelerón, mirándose a ver quién arranca primero.
Es oportuno que esta situación se produzca justo cuando los gobiernos de ambos países celebran una cumbre en Sevilla al máximo nivel. Así tendremos ocasión de ver si ambos gobiernos se ponen de acuerdo en esta cuestión. Pero no se puede ser muy optimista. Tradicionalmente las relaciones con Marruecos están siempre enrarecidas por el asunto de Ceuta y Melilla. Hay que recordar que Marruecos no reconoce estas fronteras y por ello observa la situación con una cierta paciencia, pues a los problemas en la zona siempre se le puede sacar un rédito político. Pero a este lado de la frontera la situación no es diferente. La cuestión migratoria es, desde hace años, uno de los principales argumentos de la batalla parlamentaria y de la rapiña de votos. No podemos esperar pues mucha luz desde la cumbre hispano marroquí.
La valla se ha cobrado ya su tributo en vidas humanas, todas ellas causadas según nuestras autoridades al otro lado de la misma. Aunque la zona del asalto es la frontera española, no puede ser considerado un ataque a nuestra soberanía. Se trata de entradas irregulares en España, como las que suceden, también a diario, en los Pirineos. De ahí que las fuerzas de seguridad deben actuar de acuerdo a la infracción que se comete. Deben poner el esfuerzo en no dejarse llevar por cantos de sirena que pudieran exigir reacciones desproporcionadas. Aquí viene otro asunto que la vida política prefiere obviar. Aquellos inmigrantes que son detenidos en Ceuta y Melilla son trasladados a la Península con una orden de expulsión en mano. No es más que papel mojado, dicen algunos. Tienen razón, pues sólo se ejecutan un 26% de ellas. Sin embargo, para el inmigrante es un cerrojo que le hace presa fácil de la explotación y exclusión social. Con ese “papel mojado” se le impide trabajar legalmente y se limita su acceso a los recursos sociales. La falta de luz sobre el asunto de la valla se convertiría en ceguera si pensáramos que aquellos que la han cruzado van a volver a sus países porque no pueden ser contratados legalmente o recibir un subsidio. Entonces, ¿qué sentido tiene negarles la posibilidad de trabajar una vez reconocido que no podemos expulsalos sin violar los acuerdos internacionales?.
Es justo reconocer que toda España se siente conmovida por esta realidad y que resulta difícil encontrar una respuesta a lo que está pasando. Para empezar, hay que darse cuenta de que la inmigración irregular no es un problema, sino una consecuencia de un problema mayor: la falta de justicia social. Deberíamos mirar ahora a aquellos que se manifestaban hace unos meses exigiendo la pobreza cero. Ellos gritaban las respuestas que ahora buscamos. Más concretamente, la frontera entre España y Marruecos es la de mayor diferencia de renta de todo el mundo, mayor que la de Méjico y EEUU. Ante esto, podríamos haber dedicado más esfuerzos a la cooperación al desarrollo, pero sin embargo nuestra aportación ha bajado del 0´28 % en 1993 al 0´23 % del PIB en 2001 en España y del 0´45 % en 1991 a poco 0´31 % en 1999 en Europa. También podríamos haber apostado firmemente por eliminar los aranceles a los productos agrícolas, pero en la reciente cumbre de la OMC se establecieron unos plazos demasiado tardíos a juzgar por el dinamismo de la realidad. Sí hemos dedicado esfuerzos a blindar nuestras fronteras, pero sólo conseguimos trasladar el fenómeno. Tras la puesta en marcha del sistema de vigilancia en el Estrecho, las mafias pusieron su punta de mira en Canarias. Ahora éstas han elegido Ceuta y Melilla y nuestra respuesta es subir la valla hasta los seis metros. Entonces las mafias usarán mercantes de desguace para trasladar su carga humana, como se hace ya en otros puertos del Mediterraneo y en el Pacífico. Porque somos ciegos si creemos que una valla de seis metros o un sistema de vigilancia hará desistir a aquellos que atraviesan África a pie para buscar una entrada en Europa. No olvidemos que ellos son los primeros interesandos en acabar con el fenómeno de la emigración. Es hora de que andemos los pasos para garantizar un derecho aún no reconocido, su derecho a no emigrar. Puede que no sea lo que se espera como respuesta a los asaltos de las vallas fronterizas, pero es lo que claman las ONGs como único discurso posible. Y ahora, cuando los asuntos de Ceuta y Melilla traen la cuestión migratoria a la primera página, es cuando más alto hay que decirlo.
Claro, la cooperación al desarrollo es algo enorme, y no se puede abordar a la ligera. Pero no es algo utópico, ni inalcanzable. Sólo se trata de cambiar las prioridades. El último informe de la ONU asegura que dar agua potable, alimentos, educación y sanidad, a los que no lo tienen cuesta exactamente diez veces menos que el gasto anual mundial en publicidad. Sorprendente.
José Luis Rodríguez y Manuel Enciso
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