Parece ser que a pesar de la difusión del conocimiento que se puede producir acerca de la diversidad humana a través de los medios de comunicación, se echa de menos una mirada abierta, plural, tolerante y sobre todo respetuosa con los demás, considerando al otro en la igualdad.
Mi experiencia como mujer, profesional e inmigrante ha roto los esquemas o representaciones que tenía de lo que consideraba un país desarrollado: es cierto que existe una gran calidad de vida, reflejada en la tranquilidad y seguridad ciudadana, pero en muchas ocasiones se encuentra matizada con el consumismo, la posesiópn material y la competitivdad, generando mayor insatisfacción por lo que se tiene.
Desde mi percepción subjetiva, los valores humanos quedan relegados por valores que priman lo económico, lo inmediato, lo individual y lo conformista, posición muy respetable pero que también deja un sabor de melancolía por la solidadridad; y es con esa perspectiva con la que se identifica al otro, al extraño, al desconocido, calificándolo de acuerdo a precedentes generalizados, descriptivos, estereotipados y en algunas ocasiones hasta estigmatizados.
Personalmente consideraba que las diferencias entre las sociedades desarrolladas y en vía de desarrollo, se marcaban por sus gentes, por su cultura, por sus avances cintífico-técnicos, sin embargo, he podido notar que en todos lados se cuecen habas, como dicen aquí o allí, de todo hay en la viña del Señor.
Las diferencias antes que ser por los estilos de vida, las pautas culturales e incluso la tecnología, están determinadas por la estructura social, en la que ocupamos un lugar, ejecutamos un rol y perpetuamos los comportamientos y hábitos que se nos inculcan desde el entorno familiar, geográfico, histórico, social y económico en el cual nacemos, junto con las problemáticas que en mayor o menor medida se pueden encontrar en cualquier rincón del mundo y las cuales pueden ser o no ser solventadas según el estatus social.
Y es allí también donde nos identificamos, nos conocemos y reconocemos pero a la vez buscamos nuestra diferencia (ocasionalmente una seudoidentidad, pues tratamos de reconocernos en modelos mayormente dictados por la moda y el consumo); en las actuales sociedades, con las nuevas tecnologías y la apertura mundial -principalmente económica-, las clasificaciones o descripciones de nosotros mismos y los demás desde características culturales, sociales o grupales, se quedan cortas ya que se valora, juzga y/u omite, sin considerara toda una serie de experiencias y aprendizajes, que no es mayor ni menor a otra, pues cada persona se apropia de los entornos de los que participa.
En este sentido, la mirada contradictoria que se vivencia, sugiere reevaluar creencias, saberes y conocimientos, propios y ajenos, sobre quiénes somos y cómo hemos llegado a ser quienes somos; en esta tarea indiscutiblemente hallaremos huellas de otros cercanos y lejanos, en el tiempo y el espacio, ello implica tratar de ponerse en el lugar del otro, ser crítico y reconocer que no existe una úncia verdad sino versiones verosímiles.
La apertura mundial correspondiente para unos pocos que tienen el poder de acción, de recursos y de dominación afectan de manera global; las grandes contradicciones que se presentan entre los países norte-sur, no es más que la gran contradicción y la nula conciliación entre los valores humanos y económicos, sin objetivos en común que perpetúa la desigualdad en todos sus aspectos, y que se viene presentando desde hace muchos años. Ello hace necesario reflexionar acerca de la falsa necesidad de control y dominio sobre la naturaleza, que es la propia naturaleza humana, igualmente se requiere analizar la historia para no caer en los mismos errores.
Nidia Mora
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